20 de noviembre de 2007

Fisgón y Escurridizo.


En la entrega anterior hablamos un poco sobre la necesidad de que existan cambios. Incluso dijimos que la experiencia de cambio (crecimiento, desarrollo) puede ser dolorosa, pero quien decide si será positiva o negativa es uno mismo.

Hoy vamos a conocer a dos personajes muy simpáticos; si ya leíste el libro “¿Quién se llevó mi queso?” seguro que los conoces, aunque la participación de ellos parece muy breve, pueden servirnos de ejemplo de cómo detectar el cambio y movernos con él. Esos personajes son los ratoncitos Fisgón y Escurridizo, que tienen como vecinos a dos liliputienses de los que hablaremos después.

¿Dónde vivían? En un laberinto que Spencer Johnson describe así: “El laberinto estaba compuesto por pasillos y cámaras, algunas de las cuales contenían un queso delicioso. Pero también había rincones oscuros y callejones sin salida que no conducían a ninguna parte. Era un lugar donde cualquiera podía perderse con suma facilidad”. ¿Qué buscaban? Un delicioso y variado queso que se ajustara a sus más preciosos deseos. Ocasionalmente encontraban queso, y un buen día llegaron a un depósito donde había más queso del que Fisgón y Escurridizo hubiesen visto en toda su vida. Se instalaron y comenzaron a disfrutar de su delicioso banquete.

Hasta aquí la historia va bien, pero el depósito comenzó a quedar vacío; por “suerte” los dos ratoncitos habían mantenido una práctica constante desde que encontraron aquel lugar: Todos los días, antes de comenzar a comer queso, inspeccionaban todo el sitio y comenzaron a notar que pronto tendrían que moverse de allí. El día “menos pensado” ya no encontraron queso en su depósito, pero en lugar de pensar mucho, pues eran simples ratones con cerebros simples, emprendieron una nueva búsqueda de queso. Fisgón husmea en el aire cualquier cambio de olor que permita saber en qué dirección avanzar y Escurridizo se encarga de entrar rápido en acción hacia donde su compañero señala.

¿Por qué no los sorprendió el cambio? Sencillamente porque “instintivamente” sabían que el cambio vendría en cualquier momento. Claro que disfrutaban del queso abundante que habían hallado, pero sabían que en cualquier momento éste tendría que acabarse. Así que el día que ocurrió el cambio, ellos simplemente cambiaron con él, sin perder de vista cuál era su propósito esencial en la vida: Obtener su preciado queso.

Saquemos nuestras conclusiones.

Esta breve participación de Fisgón y Escurridizo en la fábula de Spencer Johnson, tiene mucho que enseñarnos. Primero, el queso es el éxito, eso que deseamos más en la vida: Tener mucho dinero, terminar con honores una carrera, tener un matrimonio y una familia felices, y más. Cada uno tiene su propio queso especial que está buscando y eso es lo que no debe cambiar nunca en nosotros, es decir, nuestros objetivos deben ser tan claros que puedan iluminarnos en la peor oscuridad.

En segundo lugar, Fisgón y Escurridizo disfrutan con cautela del queso que han encontrado. No, no son paranoicos, más bien están plenamente conscientes de que el verdadero éxito no es una cosa eterna, sino el desarrollo constante de nuestros dones, una cotidiana y bien pensada búsqueda.

Y en tercer lugar, no hiperreflexionan sobre el problema del cambio, porque reconocen que es un asunto “natural” que el queso se termine en algún momento y que deban, en consecuencia, salir y buscar más.

Al analizar éstas tres breves y sencillas conclusiones, obtenidas de los dos ratoncitos, no nos queda más que volver a mirar nuestra propia búsqueda de queso. ¿Cómo están de claros nuestros objetivos? ¿Somos cautelosos y humildes frente al éxito, o lo damos por hecho? ¿Nos rompemos la cabeza preguntándonos por qué nos han sobrevenido las desgracias, o decidimos que es hora de comenzar a movernos en busca de otro queso? Pero hay que entender bien cada una de éstas preguntas, porque quizá saquemos la conclusión errónea de que hay que iniciar otro matrimonio, tener nuevos hijos, echar por la borda toda una vida de carrera institucional y profesional, etc., cuando en realidad lo que necesitamos es un cambio en la manera en que hacemos las cosas y no un cambio de las cosas mismas. Tener la sabiduría para saber cuándo es preciso un cabio de cosas y cuándo el cambio es más bien de métodos (la manera en que hacemos algo), es un desafío, pero aun entonces, una respuesta clara y objetiva de las tres preguntas que se encuentran en este párrafo nos será un buen lugar para comenzar nuestra nueva búsqueda del delicioso queso.

Hasta la próxima entrega, y recuerda que aunque el dolor y la desilusión a veces acompaña al crecimiento, somos nosotros los que decidimos cómo utilizar esa experiencia para hacer de ella un peldaño que nos acerque al verdadero éxito (el desarrollo constante de nuestros objetivos en la vida).

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