26 de septiembre de 2007

Que sea proactivo…


Me ha parecido interesante leer en los anuncios de empleos, la solicitud de una característica en especial: “Que sea proactivo.” Pero leer eso me ha llevado a hacerme la pregunta de si todo el mundo sabe lo que implica ser proactivo. Por ello ofrezco, en esta publicación, una aproximación un poco más profunda al concepto de proactividad, pues saber esto puede mejorar el perfil de un aspirante a algún puesto de trabajo, más si sabe aplicarlos en su diario vivir y (especialmente) en la resolución de problemas.

Comencemos con lo básico.

Partamos del concepto más general de la palabra. Ser dinámico ha llegado a convertirse en el sinónimo de ser proactivo, lo que implica que es una persona que toma la iniciativa en el lugar donde está, no es apagado ni apático, y lo mejor es que siempre está sonriente. De por sí, el dinamismo es una dimensión muy interesante, pero vamos a dejar por un momento esta concepción porque es la que mejor conocemos, así que cualquier otro comentario sería una redundancia con lo que ya sabemos.

Ahora bien, la dimensión que resulta vital conocer la expone con toda claridad el Dr. Stephen Covey y, un poco antes que él, el Dr. Viktor E. Frankl. En sus libros básicamente nos transmiten la idea de que la proactividad es la capacidad que tiene el ser humano para usar su libertad con responsabilidad. Es decir, “libertad” y “responsabilidad” llegan a ser las palabras claves de una persona proactiva y con ellas aprende a tomar el timón de su propia vida, hasta convertirse en el verdadero arquitecto (nunca mejor dicho) de su propio destino.

La frase clave que resume la proactividad es: “Entre el estímulo y la respuesta existe un espacio. En el espacio se halla el poder de elegir la respuesta. En la respuesta yacen el crecimiento y la libertad del ser humano”. Recomiendo personalmente aprender y meditar este enunciado con suficiente tiempo y dedicación.

Avancemos un poco más.

La idea central del enunciado que hemos transcrito antes es que, sin importar la circunstancia por la que estemos atravesando, somos nosotros, y únicamente nosotros, los que decidimos cuál será nuestra respuesta a tal circunstancia. No estamos determinados, ni por el ambiente, ni por las situaciones, ni por los defectos (o virtudes) de los demás. De esta manera somos responsables de la forma en la que vamos a responder al estímulo que demandó nuestras acciones.

En otras palabras, el hecho de que haga sol o esté lloviendo no modifica la calidad de personas que somos, el hecho de que mi novia o esposa me haya gritado insultándome en un arranque de ira no cambia mi integridad personal, o si mi jefe (o empleado) se portó como un incompetente no influye sobre mi propio desempeño. Nadie es responsable de mis reacciones, eso sólo me corresponde a mí. Así, una persona proactiva reconoce que bajo cualquier situación, siempre tendrá el espacio donde se halla el poder para elegir sus propias respuestas.

En este momento podemos hacer la diferencia entre dos tipos básicos de personas: los proactivos y los reactivos. Los reactivos actúan por impulso, sin detenerse a pensar en las consecuencias de sus actos o palabras, hieren a otros y al hacerlo se lastiman a sí mismo, pero no lo admiten (aunque lo reconozcan) porque creen que ofrecer una disculpa es signo de debilidad. Entonces, van por la vida, acumulando cargas de inseguridad, de tristeza, de rencores, de reproches, etc. Los proactivos son todo lo contrario, sin llegar a ser meros santurrones marginados. Es más, toman la iniciativa, dicen y hacen cosas, pero si fallan no se excusan en los demás ni en las circunstancias, sino que asumen con valor y reflexión la consecuencia de sus hechos, los rectifican y crecen.

La historia de Viktor E. Frankl.

El principio de proactividad fue ratificado por el psiquiatra austríaco Viktor E. Frankl, quien vivió los horrores de la Alemania Nazi y perdió a toda su familia, con excepción de una hermana. Él había sido educado en la tradición de Freud de que estamos determinados de alguna manera, por nuestra niñez, por las circunstancias, etc. Pero en los campos de concentración encontró que bajo la misma deplorable circunstancia, algunos decidían comportarse como animales, mientras que otros actuaban como verdaderos santos.

Un día, desnudo en una fría celda, comenzó a tomar consciencia delo que llamó: “La última de las libertades humanas”. Y se dio cuenta de que sus carceleros podían quitarle toda libertad circunstancial, pero nunca su libertad personal. Él podía verse como un actor activo en la situación que lo apremiaba, en vez de verse como una indefensa víctima; luego, con ayuda de un poco de memoria más un poco de imaginación, comenzó a verse a sí mismo dando clases en la Universidad sobre los descubrimientos que había hecho, gracias a su propia experiencia y a la de los demás prisioneros de los campos.

El hecho no es que sea fácil ser proactivo, sino reconocer que las personas proactivas actúan impulsadas por principios que han meditado e internalizado, y no basadas en meros arranques impulsivos.

En una publicación futura nos detendremos a profundizar un poco más sobre este tema, pero hoy, mi mayor interés es que hayas aprendido lo que en verdad significa ser proactivo, al menos de forma básica. Pero si quieres saber más, no dudes en leer los libros de Stephen Covey y Viktor E. Frankl.

Recuerda dejar tus comentarios o preguntas, puedes hacerlo con una cuenta blogger o de forma anónima. De antemano gracias por leer estas publicaciones.









Que tengas un día de grandes logros.

19 de septiembre de 2007

Vivir la Excelencia.

La vida es efímera e inestimable, pero muy a menudo olvidamos ese importante hecho. En nuestra juventud nos parece que la vida nos va a durar mucho tiempo, hasta que un día nos encontramos enfermos, o perdemos a un buen amigo, y entonces nos sorprendemos de lo frágil que puede ser vivir.






Lastimosamente, muchos de nosotros que estamos jóvenes, no nos percatamos de la velocidad con la que el tiempo transcurre. He llegado a oír sobre muchachos y señoritas que estudian carreras en las universidades sólo porque papá está pagando. El tono casi es: “bueno, ni modo, mejor que pasar encerrado en casa”. Y entonces me pregunto: ¿Qué futuro están construyendo para sí mismos? Claro que para hacer esa pregunta debo justificar mi intromisión al “espacio” de cada persona, antes de que se me acuse de irrespetuoso. Como resulta que no existen seres humanos islas, es decir, no existen personas aisladas de otras de tal manera que no ejerzan ninguna influencia en otros, y como también resulta que la construcción de un país depende de lo que como individuos decidimos, es importante responder ¿qué estamos construyendo?






Por eso el llamado de la excelencia es vital para nuestro mundo hoy. No se trata de una opción entre muchas, aunque es claro que podemos escoger diferente, pero alejarse de una vida de altos ideales es siempre limitarse a vivir una vida sumida en la mediocridad.






La tecnología ha marcado aún más la diferencia entre personas con propósitos firmes y personas que sólo saben desperdiciar el tiempo. Para muchos, el Internet es una adicción como fumar o beber y con los mismos resultados alienantes. No logran ver la diferencia entre el tiempo útil y el que se gasta sin ninguna satisfacción. Se distraen fácilmente en páginas de comunidades virtuales, en el Messenger, etc. No quiero decir que esas cosas son “malas” en sí mismas, pues en realidad lo que sucede (como en la mayoría de las cosas) es que hemos abusado de ellas.






Cambios pequeños.






La realidad del mundo es esta: Podemos convertirnos en profesionales de calidad y excelencia, competitivos y con oportunidades, o podemos ser uno más entre el montón y quejarnos por el desempleo que abate a nuestro país. Y aunque es cierto que podemos señalar circunstancias externas a muchas situaciones de malestar, el que decide (tú y yo) sigue siendo el elemento más importante.






Una pequeña modificación en la conducta que nos conduzca a mejores caminos, será suficiente si con constancia la convertimos en un hábito, en un estilo de vida. Decidir comenzar a leer más (aunque no sea nuestro hábito cultural), quizás un libro al mes cuando menos, comenzar por hacer ejercicios tres veces a la semana, media hora cada vez; dedicar más tiempo a la familia, o prepararse mejor para resolver un problema, etc. Todos los cambios pequeños que queramos introducir en nuestro estilo de vida, harán por acumulación una significativa diferencia.






Pero esto puede ser positivo o negativo. El único que puede decidir, de nuevo, somos tú y yo en forma personal, libre e independiente. He conocido personas que no se sienten cómodas como este pensamiento, porque constantemente están buscando responsabilizar a todo el mundo por las cosas que les suceden, pero eso no es posible. A nosotros nos toca vivir en la excelencia o no, y esa decisión determinará si seremos exitosos o fracasados en la carrera de nuestra vida. El hecho es que la excelencia no es una panacea, no es así como funciona. No puede ser impuesta tampoco. Debe ser asimilada, reflexionada e internalizada por cada uno.






¿Cómo responderemos al llamado de Vivir la Excelencia?



6 de septiembre de 2007

Trabajando con ambas manos.

 (Encuentra una actualización y mejora de este artículo en el blog de Vivir la Excelencia en Innpacte. Allí se irán republicando y mejorando muchos de los artículos escritos acá. Visita Innpacte, y síguenos por allí @Innpacte)

Hubo una vez, cuando un banquero necesitó contratar los servicios de un hombre para que abriera la puerta de su Banco. Puso el anuncio en el periódico y rápidamente recibió varias respuestas. Llamó a cada uno de los aspirantes y los entrevistó él mismo, pero se fijó en un muchacho muy prometedor que podría hacer una brillante carrera en su empresa. Lo contrató y le dijo que empezara al instante.


El muchacho se emocionó y preguntó cuánto sería el salario que recibiría. El banquero dijo sin inmutarse: “$ 165.00”. El joven bajo un poco la cabeza pero de todos modos aceptó el empleo. Mientras trabajaba, los demás empleados notaron que él sólo utilizaba una mano para abrir la puerta del Banco y no sonreía. Pasado un mes el dueño del banco llegó y vio que efectivamente, el muchacho utilizaba sólo una mano y no sonreía o lo hacía a penas. Intrigado se acerco a él y le preguntó: “Joven, ¿por qué sólo utiliza una mano para abrir la puerta y no sonríe?”. El Jovenzuelo, sin inmutarse le dijo: “Y para lo que usted me paga, creo que es suficiente que use una sola mano”. Creo que sobra decir lo que sucedió después.


Esta historia la escuche hace varios años mientras asistía a una charla, en donde, después de contarnos esta ilustración, nos dijeron algo así: “los verdaderos triunfadores usan las dos manos, aunque el sueldo no sea el que esperaban”.


Muchas veces nosotros creemos que merecemos más de lo que nos dan, y creo que tenemos razón, pero sólo cuando nosotros estamos dispuestos a dar más de lo que se nos pide. Se puede decir que es una ley: Si damos más recibimos más, aunque a veces recibir resulte algo tardado en el tiempo. Piense, por ejemplo, en su vida cuando era estudiante (tal vez algunos aún estemos experimentando esa etapa), cuando en muchas ocasiones le tocó asumir la responsabilidad de alguna tarea porque sus “equipo” simplemente no se dedico a trabajar, o cuando notó que sus compañeros se irían por el camino fácil y usted decidió que tomar un atajo sólo lo conduciría a sentirse decepcionado de sí mismo. En cada ocasión usted tuvo que dar más de sí, con el propósito de alcanzar sus objetivos. Ahora piense en su empleo y en las veces que le han insinuado dejar una transacción o papeleo para más tarde, pero en vez de ceder, usted ha decidido que su honor es más importante y sigue con su trabajo aunque otros comienzan a usar algunos títulos peyorativos para referirse a su persona.


Dar más de Sí siempre da resultados.


Hace casi dos mil años el gran maestro Jesús dijo: “si alguien te obliga a llevar una carga una milla, ve con él dos”. Limitarse a hacer lo mínimo es ser uno entre el montón, pero hacer las cosas en forma extraordinaria es convertirnos en personas indispensables. De allí que debemos reconocer que “el éxito no llega al que espera ociosamente que la oportunidad lo llame. En cambio, es para los que fielmente realizan hoy las tareas que son necesarias” (según nos lo dice Sergio V. Collins).


Es verdad que hay ocasiones en las que nos sentimos tentados a dejar tareas pendientes, pero en ese momento tenemos la opción de decidir dar más de nosotros mismos. Rafael Escandón escribe en su libro Reflexiones para hoy… y mañana: “En nuestra sociedad, hay personas que se limitan a hacer lo mínimo: trabajadores que sólo ponen horas para pasar el tiempo; estudiantes que estudian apenas lo que les toca estudiar; profesionales que rinden sus servicios sólo durante las horas de oficina; padres que descuidan a sus hijos, e hijos que no respetan a sus padres; personas que viven al día sin hacer provisiones para el día de mañana”.


Pero, ¿cuáles son los resultados de dar más de lo que nos piden? Como dije antes, aunque resulte un poco tardado en el tiempo, la persona que es laboriosa y siempre activa tiene asegurado delante de sí un futuro de verdadero éxito y realizaciones, pues cada día vive con el único estándar que ve posible seguir: la excelencia.


Hace muchos años un jovencito entró a la oficina central de la Western Union (compañía de telégrafos) y rogó a la recepcionista que le permitiera ver al superintendente, el señor Miliken.


La secretaria fue a la oficina del Sr. Miliken y le dijo:


- Un muchacho bastante rústico desea verlo. Es de Port Huron y se llama Tomás Edison.
- Hágalo entrar ahora mismo, señorita – fue la repuesta, recordando la carta de solicitud de empleo que en jovencito le había escrito tan magníficamente algunos días antes.


Cuando Tomás entró, el Sr. Miliken no pudo evitar echarle una mirada de pies a cabeza, pues iba despeinado, con pantalones remendados y los zapatos bastante gastados. “¿Cómo era posible que un joven tan descuidado escribiera tan bien?”, se preguntó el superintendente. Y cuando Tomás se sentó para rendir el examen de velocidad como operario telegráfico, los demás operarios se detuvieron para reírse del aspecto del pobre muchacho, pues lo que esperaban era que hiciera el papel de un mero principiante. Pero las risas burlonas comenzaron a silenciarse cuando vieron que los mensajes salían a una velocidad cada vez mayor de las manos de Edison. El secreto: tenía el hábito de concentrarse en lo que hacía, y en su pueblo natal practicaba 18 horas diarias, lo que lo convirtió en un verdadero experto[1].


Como todos sabemos, la brillante carrera de Tomás Edison no termino en la oficina de telégrafos, pero su entusiasmo frente al trabajo y su hábito de dar más de sí mismo, lo siguieron siempre, por ello, él se convirtió en uno de los más grandes inventores de todos los tiempos, beneficiándonos aun a nosotros.


Me parece que la lección es clara: El verdadero éxito está asegurado para aquel que está dispuesto a trabajar con entusiasmo, a dar más de sí mismo y a procurarse las oportunidades que lo conducirán a alcanzar sus más preciados objetivos.


Así que sólo me resta una pregunta por hacer: La próxima vez que nos toque realizar una tarea, por pequeña que nos parezca, ¿vamos a utilizar sólo una mano o vamos a usar las dos?



Que tengas un día lleno de grandes detalles. Hasta la próxima entrega.


[1] Historia tomada del libro: Sabiduría para Hoy, Sergio V. Collins. Pág. 93.

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