En la entrega anterior hablamos sobre Mark Inglis, quien con sus dos piernas de fibra de carbono logró llegar a la cima del mundo pese a la dificultad que la escalada le ofrecía; pero él no es el único que, con una discapacidad “limitante”, ha logrado hacer una proeza tan grande. Cinco años antes, el 25 de mayo de 2001, otro hombre conquistó al Everest de una manera también espectacular.
Recuerdo que estaba muy enojado luego de una discusión sostenida con mi hermana y lo único que atiné a hacer fue ir a un cibercafé, alquilar una computadora y comenzar a revisar mi correo electrónico. Esa tarde recibí una de las entregas del boletín “Guerrero de la Luz” que escribe el autor Paulo Coelho, y comencé a leerlo solo para distraer mi mente del disgusto que había tenido unos minutos antes. El boletín presentaba algunos eventos acaecidos al autor mientras estaba hospedado en un hotel, y por momentos me preguntaba hacia dónde quería conducir aquella entrega, aunque me pareció bastante divertida. De pronto, un hombre interpeló a Paulo Coelho con una pregunta increíble “¿Puede un hombre ciego llegar a la cima del monte Everest?”, pero me sentí mucho más relajado cuando el escritor contesto lo que yo también pensaba: NO. Sin embargo, vino otra pregunta que me hizo detenerme a meditar mi propia respuesta: “¿Por qué no contesta ‘Tal Vez’?”
La historia de Erik Weihenmayer.
¿Tal vez? Realmente sería imposible creer que un hombre ciego es capaz de llegar a la cima del mundo si Erik Weihenmayer no lo hubiera logrado. Cuando él tenía trece años de edad quedo ciego completamente. Sin embargo su falta de visión física fue compensada por una poderosa visión mental y, por que no decirlo, espiritual. Así que tres años después, a los dieciséis, comenzó a practicar alpinismo. Poco a poco, y con mucho esfuerzo, fue conquistando los retos que se ponía a sí mismo hasta que, un día, decidió que era hora de ir por la cima del Everest. No era una escalada fácil, pero estaba dispuesto a pagar el precio de cumplir con su sueño de convertirse en el primer invidente en escalar el pico más alto del mundo y las siete cimas.
Cuando terminé de leer ese artículo no pude menos que preguntarme qué era lo que yo estaba haciendo con mis talentos y habilidades. Sin detrimento de las personas discapacitadas, muchas veces quienes tenemos nuestros cuerpos y sentidos completos, adolecemos de una invalidez mucho más aguda y paralizante: la falta de definición de propósitos. Nos falta tenacidad, valor, entusiasmo, todo porque no nos hemos tomado el tiempo para aclarar nuestra misión en la vida.
Es cierto que el camino por el que cada uno debe forjar su propio destino no es fácil, pero Molière nos recuerda que “entre más grande es el obstáculo, más grande es la gloria de vencerlo”. ¿Cuál es nuestro propio monte Everest? Quizá sea el estudio, el trabajo, la familia, etc. Sin importar el escenario en que nos toca desenvolvernos tenemos el privilegio de convertirnos en personas de excelencia; agentes de cambio con una visión mucho más grande que nosotros mismos y que nos impulsa hacia adelante y hacia arriba, en la persecución de la felicidad.
Es cierto que el camino por el que cada uno debe forjar su propio destino no es fácil, pero Molière nos recuerda que “entre más grande es el obstáculo, más grande es la gloria de vencerlo”. ¿Cuál es nuestro propio monte Everest? Quizá sea el estudio, el trabajo, la familia, etc. Sin importar el escenario en que nos toca desenvolvernos tenemos el privilegio de convertirnos en personas de excelencia; agentes de cambio con una visión mucho más grande que nosotros mismos y que nos impulsa hacia adelante y hacia arriba, en la persecución de la felicidad.
¿Cómo está nuestra visión? ¿La estamos forjando para poder vislumbrar nuevas alturas en nuestras vidas? Mi deseo es que el ejemplo de Erik Weihenmayer nos ayude a “VER” todo lo que podemos lograr si estamos dispuestos a vivir nuestros sueños. Tal vez las cosas no resulten como nosotros queremos en la primera o segunda ocasión, pero en lugar de preguntarnos “¿Por Qué a Mi?”, comencemos por decir “Tal vez” sea en la próxima ocasión y sin vacilar lancémonos a la tarea aunque sea la más humilde que nos haya tocado.
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