6 de septiembre de 2007

Trabajando con ambas manos.

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Hubo una vez, cuando un banquero necesitó contratar los servicios de un hombre para que abriera la puerta de su Banco. Puso el anuncio en el periódico y rápidamente recibió varias respuestas. Llamó a cada uno de los aspirantes y los entrevistó él mismo, pero se fijó en un muchacho muy prometedor que podría hacer una brillante carrera en su empresa. Lo contrató y le dijo que empezara al instante.


El muchacho se emocionó y preguntó cuánto sería el salario que recibiría. El banquero dijo sin inmutarse: “$ 165.00”. El joven bajo un poco la cabeza pero de todos modos aceptó el empleo. Mientras trabajaba, los demás empleados notaron que él sólo utilizaba una mano para abrir la puerta del Banco y no sonreía. Pasado un mes el dueño del banco llegó y vio que efectivamente, el muchacho utilizaba sólo una mano y no sonreía o lo hacía a penas. Intrigado se acerco a él y le preguntó: “Joven, ¿por qué sólo utiliza una mano para abrir la puerta y no sonríe?”. El Jovenzuelo, sin inmutarse le dijo: “Y para lo que usted me paga, creo que es suficiente que use una sola mano”. Creo que sobra decir lo que sucedió después.


Esta historia la escuche hace varios años mientras asistía a una charla, en donde, después de contarnos esta ilustración, nos dijeron algo así: “los verdaderos triunfadores usan las dos manos, aunque el sueldo no sea el que esperaban”.


Muchas veces nosotros creemos que merecemos más de lo que nos dan, y creo que tenemos razón, pero sólo cuando nosotros estamos dispuestos a dar más de lo que se nos pide. Se puede decir que es una ley: Si damos más recibimos más, aunque a veces recibir resulte algo tardado en el tiempo. Piense, por ejemplo, en su vida cuando era estudiante (tal vez algunos aún estemos experimentando esa etapa), cuando en muchas ocasiones le tocó asumir la responsabilidad de alguna tarea porque sus “equipo” simplemente no se dedico a trabajar, o cuando notó que sus compañeros se irían por el camino fácil y usted decidió que tomar un atajo sólo lo conduciría a sentirse decepcionado de sí mismo. En cada ocasión usted tuvo que dar más de sí, con el propósito de alcanzar sus objetivos. Ahora piense en su empleo y en las veces que le han insinuado dejar una transacción o papeleo para más tarde, pero en vez de ceder, usted ha decidido que su honor es más importante y sigue con su trabajo aunque otros comienzan a usar algunos títulos peyorativos para referirse a su persona.


Dar más de Sí siempre da resultados.


Hace casi dos mil años el gran maestro Jesús dijo: “si alguien te obliga a llevar una carga una milla, ve con él dos”. Limitarse a hacer lo mínimo es ser uno entre el montón, pero hacer las cosas en forma extraordinaria es convertirnos en personas indispensables. De allí que debemos reconocer que “el éxito no llega al que espera ociosamente que la oportunidad lo llame. En cambio, es para los que fielmente realizan hoy las tareas que son necesarias” (según nos lo dice Sergio V. Collins).


Es verdad que hay ocasiones en las que nos sentimos tentados a dejar tareas pendientes, pero en ese momento tenemos la opción de decidir dar más de nosotros mismos. Rafael Escandón escribe en su libro Reflexiones para hoy… y mañana: “En nuestra sociedad, hay personas que se limitan a hacer lo mínimo: trabajadores que sólo ponen horas para pasar el tiempo; estudiantes que estudian apenas lo que les toca estudiar; profesionales que rinden sus servicios sólo durante las horas de oficina; padres que descuidan a sus hijos, e hijos que no respetan a sus padres; personas que viven al día sin hacer provisiones para el día de mañana”.


Pero, ¿cuáles son los resultados de dar más de lo que nos piden? Como dije antes, aunque resulte un poco tardado en el tiempo, la persona que es laboriosa y siempre activa tiene asegurado delante de sí un futuro de verdadero éxito y realizaciones, pues cada día vive con el único estándar que ve posible seguir: la excelencia.


Hace muchos años un jovencito entró a la oficina central de la Western Union (compañía de telégrafos) y rogó a la recepcionista que le permitiera ver al superintendente, el señor Miliken.


La secretaria fue a la oficina del Sr. Miliken y le dijo:


- Un muchacho bastante rústico desea verlo. Es de Port Huron y se llama Tomás Edison.
- Hágalo entrar ahora mismo, señorita – fue la repuesta, recordando la carta de solicitud de empleo que en jovencito le había escrito tan magníficamente algunos días antes.


Cuando Tomás entró, el Sr. Miliken no pudo evitar echarle una mirada de pies a cabeza, pues iba despeinado, con pantalones remendados y los zapatos bastante gastados. “¿Cómo era posible que un joven tan descuidado escribiera tan bien?”, se preguntó el superintendente. Y cuando Tomás se sentó para rendir el examen de velocidad como operario telegráfico, los demás operarios se detuvieron para reírse del aspecto del pobre muchacho, pues lo que esperaban era que hiciera el papel de un mero principiante. Pero las risas burlonas comenzaron a silenciarse cuando vieron que los mensajes salían a una velocidad cada vez mayor de las manos de Edison. El secreto: tenía el hábito de concentrarse en lo que hacía, y en su pueblo natal practicaba 18 horas diarias, lo que lo convirtió en un verdadero experto[1].


Como todos sabemos, la brillante carrera de Tomás Edison no termino en la oficina de telégrafos, pero su entusiasmo frente al trabajo y su hábito de dar más de sí mismo, lo siguieron siempre, por ello, él se convirtió en uno de los más grandes inventores de todos los tiempos, beneficiándonos aun a nosotros.


Me parece que la lección es clara: El verdadero éxito está asegurado para aquel que está dispuesto a trabajar con entusiasmo, a dar más de sí mismo y a procurarse las oportunidades que lo conducirán a alcanzar sus más preciados objetivos.


Así que sólo me resta una pregunta por hacer: La próxima vez que nos toque realizar una tarea, por pequeña que nos parezca, ¿vamos a utilizar sólo una mano o vamos a usar las dos?



Que tengas un día lleno de grandes detalles. Hasta la próxima entrega.


[1] Historia tomada del libro: Sabiduría para Hoy, Sergio V. Collins. Pág. 93.

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