«Morir es el destino común de los hombres; morir con gloria es el privilegio del hombre virtuoso»
– Isócrates –
Si de algo podemos estar seguros en esta vida es que todos vamos a morir. Pero nuestra atención no debería estar en la clase de velorio que tendremos, ni si asistirán sólo nuestros seres queridos. Más bien, sería bueno que pensáramos en el legado que vamos a dejar cuando muramos y, para ello, sólo hay un camino: la virtud.
Dejar un legado (morir con gloria, según Isócrates) es un privilegio, mas está vedado para quienes carecen de sueños e ideales. Aquellos que se conforman con lo poco, que creen que son lo suficientemente buenos, que no necesitan crecer ni un centímetro más, morirán la muerte común de los de su estirpe. Pero quienes no se conforman a la moral común, sino que buscan los Principios elevados de vida, y tienen sueños por los que luchan e ideales que son su horizonte, ellos morirán privilegiados, porque habrán tocado aunque sea una vida.
Pero la virtud no es dogma, no es imposición, es el desarrollo del carácter. No es virtud la que se hereda, ni la que se enseña en las escuelas o universidades, por mucha ética que se pretenda inculcar. La virtud va más allá de eso, busca la perfección. Que no existe en nuestra condición humana algo perfecto (ni persona, ni familia, ni organización) es cierto, pero el hombre y la mujer de virtud no busca para encontrar algo perfecto, sino lo que puede ser perfectible.
Todo es perfectible en esta vida, y así el santo, el virtuoso, el genio, busca en sus sendas esa perfección. La excelencia de su vida no está en que crean ser la cúspide, más bien está en que siguen caminando para poder atisbarla aunque sea de lejos. Esta es la gloria del hombre virtuoso: seguir mirando hacia el cielo aunque su vida sea la más alta. No se conforma con ser bueno o muy bueno, quiere ser excelente.
Tomado de mi e-book “En la Búsqueda de la Excelencia” pág. 172, 173.
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