De alguna manera entendemos que no podemos conformarnos con la simple idea del éxito. Se escribe mucho sobre cómo mantenerse exitosos luego de alcanzar algunas metas. De hecho, en el mundo del deporte los entrenadores se enfrentan a mayores retos cuando sus equipos lo han ganado todo, pues luego de una temporada exitosa es necesario reinventarse para mantener fresca la motivación.
La confusión.
A veces lo que pasa, en el deporte y en la vida, es que sencillamente el éxito nos ciega a los nuevos desafíos que enfrentaremos. Confundimos al éxito con una especie de estado continuo de seguridad y bienestar, de allí que nos guste recordar tanto cuán buenos fuimos en el pasado y todas las cosas que creemos haber logrado, hasta las excelentes calificaciones que teníamos cuando íbamos a la escuela.
En nuestra jungla de concreto la gran mayoría de los hombres y las mujeres tendemos a jugar a lo seguro. Incluso llegamos a tratar de conciliar ideas que denotan cosas totalmente distintas, como cuando pretendemos correr riesgos que sean seguros; o como cuando queremos salir a vivir y no encontrar ningún problema.
El hecho es que el éxito puede llegar a ser, en algunos casos, un obstáculo para nuestro desarrollo. Lograr algunas metas puede volvernos miopes respecto a otras alturas que ascender, haciendo que escojamos lo visible y conocido en vez de la aventura y el desafío.
En el camino.
Pero la excelencia está en comprender que cada éxito es solo un paso en el camino de la vida. Ningún logro en particular lo es todo. Solo una vida consagrada a un ideal puede considerarse una vida bien aprovechada. No hablamos de ideales en tanto cosas o causas mundiales, sino en tanto ese propósito especial que guía (o debería guiar) nuestras vidas. Lo cierto es que mientras algo puede ser sumamente significativo para una persona, puede no serlo para otra; sin embargo, el proceso para vivir vidas nobles y elevadas en carácter es igual para todos, porque además, una vida con propósito abarca todas las áreas de la existencia: profesional, familiar, personal.
Necesitamos aclarar, no obstante, que la excelencia no es una técnica. La globalización que vivimos está consagrada a la técnica. Los avances de los que somos testigos día tras día parecen abrirnos una especie de dimensión nueva sobre las posibilidades. Cada día aparecen nuevos cómos en nuestro universo, gracias sobre todo a la técnica y es justo allí donde radica el problema.
La excelencia como ideal es enfrentarse a la pregunta del Por qué y Para qué de la técnica. Claro está que se puede convertir a las nociones de excelencia que tenemos, tan variadas como seres humanos hay en el planeta, en otra técnica de cómo vivir, cómo alcanzar ciertos niveles de calidad, cómo fijarse metas y lograrlas, etc. Hay muchos libros de autoayuda que enseñan mucho de esto. Sin embargo hacen falta las preguntas fundamentales: ¿Por qué quiero tener éxito? ¿Para qué ha de servirme a mí y a mi familia y a la sociedad? ¿Tiene algún objeto que alcance mis metas? ¿Una vez alcanzadas qué queda? ¿Por qué he de ser una persona que aspira a la excelencia?
Creo que fue Platón quien dijo que una vida que no se examina a sí misma, es una vida que no merece ser vivida. Este examen debe hacerse sobre el motivo último que rige nuestra vida. Nuestra sociedad ha apartado su vista de este examen y en cambio la ha fijado en el exterior, en la tecnología. Sin embargo, por muy positiva que resulte la tecnología, ella no responde a las preguntas fundamentales de la vida, solo las adormece en nuestro interior.
Es hora de levantarnos y retomar el camino. El horizonte puede parecer siempre distante, pero si lo tenemos siempre delante de nosotros, entonces podremos echar mano de la técnica y vivir al mismo tiempo una vida coherente con principios más elevados y nobles que nos mantendrán en la ruta de la excelencia.
1 comentario:
¿Qué queremos decir cuando hablamos de la excelencia como un ideal? Comparte tus pensamientos.
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