30 de agosto de 2007

¿Atrapados por las formas?


En esta entrega quiero abordar lo que considero una paradoja en el sentido retórico: Vivimos en una sociedad que se ocupa mucho de las formas, y sin embargo no existe esencia en ellas. Para todo existen leyes y normas, pero muy raras veces nos ocupamos de buscar los principios subyacentes a tales lineamientos. Y nos conformarnos con “hacer” las cosas bien, a la manera que nuestra sociedad nos lo pide, aunque esto no es equívoco en sí mismo, pero el problema viene cuando al analizar nuestros motivos estos están amarrados a la formalidad de un determinado “procedimiento”.


La otra cara.


Pero la realidad debe verse desde dos dimensiones complementarias, especialmente si nos dedicamos a tareas o profesiones que tienen que ver con el trato con los demás. Benjamín Franklin creía que el éxito de una vida estaba en la virtud de carácter, y claro que esa virtud no puede ser sólo una expresión, debe ser un hábito cultivado, una constante de nuestro diario vivir.


Lo que quiero decir es que mientras hoy nos ocupamos mucho en las técnicas de oratoria, descuidamos la documentación que nos hará dominar un determinado tema; mientras estamos ocupados estudiando las normas de calidad ISO 9000, descuidamos nuestra propia calidad como personas (y eso que las empresas existen por nosotros); mientras tratamos de memorizar respuestas para pasar un examen, dejamos de valorar el aprendizaje a largo plazo que debemos sacar como el aprovechamiento de nuestras clases. Por eso han progresado mucho los asesores de imagen, pues queremos saber cómo vendernos al mejor postor en nuestro mercado competitivo y globalizado, pero pensamos muy poco en la calidad intrínseca que tenemos para proyectarnos al mundo.


No se trata de que debamos renunciar a las normas y procedimientos de calidad, ni a los asesores de imagen, sino de que les demos su debido lugar: Después de cultivar los hábitos correctos para nuestra vida.


Para decirlo de otra manera, usando una metáfora adaptada del libro “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva”, si tuviéramos que viajar a un país desconocido para nosotros y sin guía, seguro que lo más sabio sería comprar un buen mapa. Pero que tal si en la tienda donde compraremos un mapa hay uno que tiene un error de impresión: Dice que es el mapa de Chile, por ejemplo, pero el lugar que describe en realidad es Argentina. ¿Hasta dónde podríamos llegar con ese mapa en Chile? La respuesta es que a ningún lado. Pero las normas de calidad dicen que si maximizamos el esfuerzo y delegamos tareas, mientras priorizamos nuestras metas, entonces vamos a llegar a nuestro destino mucho más rápido. Así que hay que rentar un carro que no consuma mucho combustible y un buen personal para cargar maletas y que este listo por si el automóvil sufre algún desperfecto. ¿Hasta dónde llegaríamos con ese mapa que en realidad describe a la Argentina? De nuevo la respuesta es: a ningún lado.


¿Nota cuál es el problema? Las normas están en lo correcto, pero tenemos el mapa equivocado. De alguna manera eso pasa en muchas empresas hoy en día. Tienen buenas normas (formas), y se esfuerzan por proveerse de seminarios que les ayuden a ser más eficientes y eficaces en lo que hacen: en la producción, en el servicio al cliente, en el seguimiento del cliente, en sistemas de “calidad total”, etc. Pero qué sucede con los motivos de quienes están inmersos en todas esas tareas. Sin temor puedo decir que esta clave vale al menos cinco mil dólares ($ 5,000.): “Sólo en la medida en que cultivamos hábitos como el servicio, la laboriosidad, la responsabilidad, la creatividad y otros… solamente entonces la calidad total cobra sentido en las empresas, y en cualquier otra área de la vida”.


Tal vez al ponerle precio a esta premisa he limitado su verdadero valor, pues no todo es dinero en la vida, aunque este sirve mucho. Pero lo que he querido hacer al valorarlo es mostrar a penas una ínfima dimensión de lo que podemos hacer, paso a paso, pero con constancia y dedicación, mientras cultivamos hábitos de excelencia que nos conviertan en personas de excelencia.


En conclusión.


Así, la paradoja deja de existir (quizás nunca existió) cuando en vez de comenzar con los formalismos de las normas, comenzamos a trabajar en nuestro propio ser, comprometiéndonos con una visión y una misión, y desarrollando al máximo nuestro potencial. Claro está que las empresas deben proveer los medios para que sus empleados puedan cultivar las cualidades de carácter que les darán calidad, pero cada uno es íntimamente responsable de tomar la decisión de quedar amarrado(a) a las formas o liberar todo su potencial.


Mi deseo es que tengas el mejor de los días, porque es tu decisión. Éxitos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante

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