La vida es efímera e inestimable, pero muy a menudo olvidamos ese importante hecho. En nuestra juventud nos parece que la vida nos va a durar mucho tiempo, hasta que un día nos encontramos enfermos, o perdemos a un buen amigo, y entonces nos sorprendemos de lo frágil que puede ser vivir.
Lastimosamente, muchos de nosotros que estamos jóvenes, no nos percatamos de la velocidad con la que el tiempo transcurre. He llegado a oír sobre muchachos y señoritas que estudian carreras en las universidades sólo porque papá está pagando. El tono casi es: “bueno, ni modo, mejor que pasar encerrado en casa”. Y entonces me pregunto: ¿Qué futuro están construyendo para sí mismos? Claro que para hacer esa pregunta debo justificar mi intromisión al “espacio” de cada persona, antes de que se me acuse de irrespetuoso. Como resulta que no existen seres humanos islas, es decir, no existen personas aisladas de otras de tal manera que no ejerzan ninguna influencia en otros, y como también resulta que la construcción de un país depende de lo que como individuos decidimos, es importante responder ¿qué estamos construyendo?
Por eso el llamado de la excelencia es vital para nuestro mundo hoy. No se trata de una opción entre muchas, aunque es claro que podemos escoger diferente, pero alejarse de una vida de altos ideales es siempre limitarse a vivir una vida sumida en la mediocridad.
La tecnología ha marcado aún más la diferencia entre personas con propósitos firmes y personas que sólo saben desperdiciar el tiempo. Para muchos, el Internet es una adicción como fumar o beber y con los mismos resultados alienantes. No logran ver la diferencia entre el tiempo útil y el que se gasta sin ninguna satisfacción. Se distraen fácilmente en páginas de comunidades virtuales, en el Messenger, etc. No quiero decir que esas cosas son “malas” en sí mismas, pues en realidad lo que sucede (como en la mayoría de las cosas) es que hemos abusado de ellas.
Cambios pequeños.
La realidad del mundo es esta: Podemos convertirnos en profesionales de calidad y excelencia, competitivos y con oportunidades, o podemos ser uno más entre el montón y quejarnos por el desempleo que abate a nuestro país. Y aunque es cierto que podemos señalar circunstancias externas a muchas situaciones de malestar, el que decide (tú y yo) sigue siendo el elemento más importante.
Una pequeña modificación en la conducta que nos conduzca a mejores caminos, será suficiente si con constancia la convertimos en un hábito, en un estilo de vida. Decidir comenzar a leer más (aunque no sea nuestro hábito cultural), quizás un libro al mes cuando menos, comenzar por hacer ejercicios tres veces a la semana, media hora cada vez; dedicar más tiempo a la familia, o prepararse mejor para resolver un problema, etc. Todos los cambios pequeños que queramos introducir en nuestro estilo de vida, harán por acumulación una significativa diferencia.
Pero esto puede ser positivo o negativo. El único que puede decidir, de nuevo, somos tú y yo en forma personal, libre e independiente. He conocido personas que no se sienten cómodas como este pensamiento, porque constantemente están buscando responsabilizar a todo el mundo por las cosas que les suceden, pero eso no es posible. A nosotros nos toca vivir en la excelencia o no, y esa decisión determinará si seremos exitosos o fracasados en la carrera de nuestra vida. El hecho es que la excelencia no es una panacea, no es así como funciona. No puede ser impuesta tampoco. Debe ser asimilada, reflexionada e internalizada por cada uno.
¿Cómo responderemos al llamado de Vivir la Excelencia?
1 comentario:
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