Es frecuente escuchar que la tarea del mando medio en una organización es una de las labores que mayor complejidad encierra. En efecto, se trata de una posición dentro de la empresa que recibe, por un lado, la presión por resultados proveniente de la dirección y por otro, los reclamos de las personas a cargo. En la jerga popular se lo define como un puesto “fusible” capaz de “saltar” por presiones de distintivas direcciones.
En este contexto, las características de estos puestos de trabajo en las PyMEs, nos muestran escenarios de los más variados; desde mandos medios sin autoridad ni función —no tienen “mando”, solo están en el medio—hasta personas que ejercen un liderazgo de tipo vertical sin ningún tipo de identificación o representación de las personas a cargo —tienen “mando” pero no “median”—.
Al escenario anterior debemos sumarle una nueva dimensión; llegar a ser mando medio en una empresa implica una doble posibilidad: o bien se asume a través de un desarrollo de carrera o bien se alcanza derivado de otro sector o empresa. Ambas situaciones revierten dificultades a transitar: el mando medio que asume su tarea por carrera, encuentra dificultades para hallar ese espacio de diferenciación necesario con los que antes eran pares, y aquel que asume directamente a esa posición desde el exterior, le resulta difícil hallar la legitimidad requerida para ejercer su función.
En estas complejidades navega la tarea del mando medio, en buscar su justo lugar; su punto medio.
Como su nombre lo indica, el mando medio es una posición intermedia que implica la gestión del trabajo de otros, pero que a diferencia de los dueños de la empresa, ocupa un lugar de colaborador que lo equipara al personal a cargo del cual debe diferenciarse para poder cumplir su tarea. Entramos allí, lo que considero la máxima complejidad de este puesto: la dificultad de encontrar ese justo punto medio que no viene definido en los puestos de trabajo. Se trata entonces de una búsqueda que corre el riesgo de quedar descentrada “del medio”, para ubicarse un poco más arriba o un poco más abajo, generando o bien perfiles que son simples voceros de la dirección o por contrario, perfiles que no pueden asumir responsabilidades ni afrontar su función para gestionar el trabajo de otros.
A partir de lo anterior; debemos preguntarnos: ¿dónde está entonces el punto medio? ¿Cómo encontrar el equilibrio de la función de un mando medio? ¿Existe un punto medio que pueda considerarse definitivo y permanente cuándo hablamos de relaciones con otros?
Entramos allí la segunda complejidad del rol: la imposibilidad de definir un punto medio definitivo en la vincularidad entre la dirección y los colaboradores. No existe un punto medio definitivo y permanente en el cual podamos pararnos y ejercer nuestro trabajo desde allí; la tarea de un mando medio se encuentra en la construcción de un equilibrio que permita construir un espacio de encuentro entre los intereses de la dirección y las necesidades del personal a cargo sabiendo que muchas veces los intereses son contrapuestos y las visiones diferentes.
La principal tarea de un mando medio es mediar, construir un escenario compartido, negociado desde las diferencias, en donde las partes encuentren un punto en común de sus intereses. Porque de nada servirá en el mediano y el largo plazo lograr los objetivos propuestos por la dirección si el costo es la desmotivación y el desgano del personal y tampoco será útil no alcanzar los objetivos que permiten el sustento de los puestos de trabajo.
La tarea de un mando medio es entonces eminentemente comunicacional, se trata de ir construyendo espacios mediados, sabiendo que su posición no tiene centro, ni medio y que se construye en cada situación y momento dependiendo de cada persona, los objetivos a alcanzar y del contexto de la tarea.
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