23 de mayo de 2016

Debates actuales en antropología de la cultura: ¿Quiénes deben ser los intelectuales?

Resumen

Este ensayo pretende explicar, a partir de textos provenientes de la escuela del existencialismo cuál es el papel de los intelectuales en la actualidad y cómo éstos juegan un papel muy importante en la construcción de la percepción de la realidad social.

Desarrollo del tema

Cuando Sartré dice que habla desde su posición de existencialista, lo hace desde la trinchera que el ateísmo le proporciona. Estructura su argumento de la siguiente forma: primeramente lo dirige hacia un público de la década de los cuarenta que atraviesa por un periodo crítico de guerra y transformación mundial política, industrial e ideológica; básicamente Sartré responde así a las críticas que desde el humanismo son lanzadas. A favor del existencialismo sostiene que no es sino una doctrina que hace posible la vida humana y que reconoce en sí misma que para llevar a cabo cualquier acción hacen falta medios que implican una intersubjetividad. Tres principios explican por qué:

  • El hombre no es definible porque empieza por ser nada. Lo cual quiere decir que no existe la naturaleza humana ya que, el hombre se hace.
  • El hombre empieza por ser nada y en su subjetividad, una vez que existe, es un proyecto, es decir, lo que supone o proyecta ser. De manera que, “la existencia precede a la esencia” y en el acto mismo aquel adquiere una carga de responsabilidad de lo que es o proyecta ser.
  • Es en la elección de X o Y camino donde se reafirma y, es implícito que toda elección contiene en sí misma un valor inclusive cuando uno elije no elegir. Al mismo tiempo uno incluye a los demás en su elección, es decir, no podemos tomar una decisión sin tomar en cuenta a los otros que nos rodean. Así toda elección implica una responsabilidad del ser, somos responsables para con todos de aquello que elijamos. Inevitablemente esto conduce al hombre a un estado de angustia constante.

Ahora bien cuando Sartré habla de un existencialismo ateo, no se refiere a que niegue la existencia de un Dios ya que él se da cuenta de que su existencia permite que en el mundo haya valores y la vida se rija de un modo más recto y tangible, además sostiene que ya que el hombre nace libre de esencia necesita algo a lo cual pueda aferrarse y justificar sus actos con lo que, resulta imprescindible la existencia de Dios: “No hay un mundo sin Dios”.[1]

Para los existencialistas el hombre siempre es responsable de su pasión y está condenado a cada instante a inventarse y reinventarse con la ayuda de los signos que lo rodean y de su muy particular forma de interpretarlos y darles sentido. Con ella queda claro que es uno el que elige su propio ser.

Sartré menciona que existe cierto desamparo acompañado de angustia cuando uno se percibe responsable de sí y hace verdadera conciencia de que sus actos son al mismo tiempo acciones que afectan a los otros. Pero, qué sucede cuando aún sabiendo esto alguien llega a sentirse responsable de lo que los demás hacen e intenta controlar las acciones de aquel. Lo ejemplifica mejor: “A partir del momento en que las posibilidades que considero no están rigurosamente comprometidas por mi acción, debo desinteresarme, porque ningún Dios, ningún designio puede adaptar el mundo y sus posibles a mi voluntad.”[2]

En la dialéctica de Sartré lo que sigue es que el hombre no debe abandonarse al quietismo, esto es, el existencialismo no lo promueve sino todo lo contrario, éste sostiene que es en la acción donde se construye una realidad. De manera que, todo lo que le sucede está casi en sus manos y no muy pocas cosas quedan por hacer y, cada acción lleva invariablemente una responsabilidad que lo compromete consigo y con todos.

Con todos éstos argumentos él defiende su posición de intelectual existencialista y cuestiona poniendo sobre la mesa las características de lo que debiera ser cualquiera desde cualquier posición política e ideológica.

En la misma línea Gramsci ha categorizado a los intelectuales en dos: el “orgánico” y el “tradicional” o inorgánico. Para él la cuestión más importante que define a uno y otro es el cúmulo de relaciones en que sus actividades se desempeñan, es decir, para quién escribe, qué quiere decir, cómo lo dice, desde dónde habla y cuáles son las condiciones en que realiza su trabajo.

Así, uno y otro pueden circunscribirse en diferentes planos de la estructura social, por ejemplo, cuando utiliza el concepto de hegemonía, Gramsci se refiere aquel grupo ubicado en la cúpula de lo social debido a que tienen en su poder y dominio los bienes políticos, culturales y por ende los intelectuales. Aquel grupo produce sus propios intelectuales orgánicos de acuerdo a un consenso interno en el que se le designan reglas y fines acordes a las ideas que comparten.

Sin en cambio, los grupos que no poseen este acceso a éstos lugares en la estructura social  se han llamado “subalternos”, no obstante, su papel también es fundamental en las sociedades rurales y tradicionalistas. Comúnmente son ellos quienes logran salir de sus comunidades y tienen contacto con esa otra realidad que enfrentan en las ciudades  a través del estudio y formación profesional.

Es entonces cuando vuelven a su sociedad con una visión más amplia y crítica de su condición de exclusión y pueden servir de intermediarios entre su grupo social y la clase dominante. Vemos pues, como esta figura de intelectual no sirve precisamente al Estado o aparato político, más bien sus intereses versan en el plano de lo social y sus fines son encaminados más al desarrollo de sus comunidades. Así los subalternos también logran tener voz.

Ahora bien, de cualquiera de ellos: cuál es su función en la sociedad, según Gramsci un intelectual es “es un “filósofo”, un artista, un hombre de buen gusto, participa en una concepción del mundo, tiene una consciente línea de conducta moral, y por eso contribuye a sostener o a modificar una concepción del mundo, es decir, a suscitar nuevos modos de pensar.”[3].

En otras palabras, para él un intelectual debe, desde una visión crítica, renovar constantemente el mundo físico y social, verter en la opinión pública algo que genere eso, precisamente, opinión pública; de esta forma el intelectual participa de una forma activa en su sociedad.

Coincide también  Pierre Bourdieu con la idea de hegemonía para decir que ésta se manifiesta en la construcción de los campos a los que cada intelectual pertenece. Un campo tiene propiedades específicas y particulares, es decir, cada uno tiene sus propias reglas, lenguaje, formas de expresión y códigos.

En esta parte Bourdieu introduce el concepto de “habitus” para justificar que cierto tipo de conducta corresponda a tal campo: “el habitus es el sistema de  disposiciones inconscientes producido por la interiorización de estructuras objetivas”[4] inclusive, un campo puede llegar a consagrar cierto tipo actos una vez que se ha consolidado. Por ejemplo, el campo de la religión que contiene se reafirma con los rituales de bautizo, matrimonio, confirmación, etc.

Un campo se define siempre en función o relación a otro, así se pone en juego cierto capital socio-cultural e intereses específicos. Pero sus características no se limitan a eso son más complejos aún ya que desarrollan sus propios bienes simbólicos, lo que hace que éste ocupe una posición en la superestructura dándole, por supuesto, cierto tipo de gratificación económica y simbólica.

De manera que, cada campo puede pertenecer o no la clase dominante o dominada, siendo esto el equivalente del capital que sus bienes simbólicos y el nivel de su gratificación económica le otorguen una posición en el mercado de bienes culturales o de las fuerzas políticas e ideológicas que en ese momento histórico estén en disputa.

El campo intelectual, por ejemplo, siempre estará subordinado al campo político y en ocasiones le obedece cono es el caso de los intelectuales orgánicos, así, la creación de los intelectuales están siempre dentro de un campo ideológico que a su vez ocupa un lugar determinado en determinado campo de poder.

Conclusión:

Por eso es quizá demasiado importante la producción intelectual en todo momento histórico, ya que son ellos formadores de opinión, transmisores de ideas que la sociedad reconoce incluso como embajadores de la propia cultura. Sin embargo,  considero que los autores antes mencionados nos invitan siempre a cuestionar desde dónde es que producen su conocimiento y cuáles  las intenciones del quehacer intelectual. No podemos consumir todo tipo de ideas sin reflexionar los fines.

Referencias electrónicas:

  • Gramsci, Antonio. Para una formación de los intelectuales. La formación de los intelectuales en http://bit.ly/1XrQaVH
  • Bourdieu, Pierre “Campo de poder, campo intelectual y habitus de clase”, en Campo de poder, campo intelectual, Tucuman, Montessor

[1] Sartré, Jean Paul. (1945), “El existencialismo es un humanismo”, http://bit.ly/1OJ1Uw1

[2] Ídem, pp.4.

[3] Gramsci, Antonio. Para una formación de los intelectuales. La formación de los intelectuales en http://bit.ly/1XrQaVH.

[4] Bourdieu, Pierre “Campo de poder, campo intelectual y habitus de clase”, en: Campo de poder, campo intelectual, Tucuman, Montessor.

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