Cierto es que los cursos de capacitación docente, en su mayoría, no nos sirven para nuestra verdadera formación profesional, para enriquecer nuestro rol, sino tan sólo para aumentar el puntaje que en un futuro cercano o lejano nos brindará la posibilidad de obtener un nuevo cargo docente. Pero hay algunos que son de mucha utilidad para nuestra labor; pero lamentablemente son la minoría.
De todas maneras, lo que sí realmente enriquece nuestro quehacer diario, es la constante autocrítica y autoevaluación sobre nuestro desempeño como educadores; ellas nos dan las pautas necesarias para reformular nuestra práctica, y así poder efectuar los cambios que necesitemos hacer en nosotros, o continuar haciendo lo que hacemos de la misma forma, pues está bien hecho.
Concuerdo con lo dicho por Freire, en cuanto a que la virtud más importante de los educadores progresistas es la coherencia. Esto es fundamental, pues sin una coherencia en nuestra labor, perdemos totalmente el sentido de nuestra enseñanza, perjudicando la razón de ser de nuestra profesión: el alumnado.
Existe una generalizada resistencia al cambio en el mundo docente, a los cambios y transformaciones en la Educación; muchas veces porque es más “cómodo” seguir con los lineamentos ya establecidos, que arriesgarse a explorar algo nuevo.
El docente debe replantearse estrategias y recursos nuevos para ser utilizados en la Educación, y debe tomar verdadera conciencia, sabiendo que se encuentra posicionado frente a distintas realidades sociales, tanto agradables como desagradables, y con una creciente diversidad cultural, tanto en el aula como en la Sociedad en general.
Uno de los desafíos que debe afrontar es integrar en la Educación; es decir que no puede dar la misma clase del mismo modo a todos los grupos de alumnos, por igual; pues cada alumno requiere una distinta atención en cuanto a las necesidades en su proceso de enseñanza – aprendizaje.
Sabido es que el sistema educativo persigue el objetivo de formar ciudadanos socialmente activos, participativamente democráticos y críticos; pero estos ideales chocan a diario con la realidad referida al tipo de contenidos y las prácticas generalmente bancarias que se desarrollan en las escuelas. Por otra parte, los objetivos son definidos a partir de temas y contenidos educativos seleccionados y elaborados por expertos en la materia, cuando debiera ser al revés, es decir que fueran definidos a partir de los objetivos del aprendizaje.
Por consiguiente, hay una marcada contradicción entre lo que se proclama en los diseños curriculares y planificaciones, y lo que a posteriori se realiza en las escuelas, y tras los muros de las aulas. Este problema tiene que ver con el carácter reproductivo de la Educación y su papel político como instrumento de los poderes constituidos, quienes no avalan la formación de ciudadanos críticos, activos y participativos.
El Docente, pese a esto, debe bregar para promover en los Alumnos un pensamiento autónomo, que tenga como punto de partida los problemas importantes de la realidad en la que viven, en un marco de valores humanistas, democráticos y progresistas.
El docente, más allá de dictar contenidos de su asignatura, debe dar prioridad a la formación de personas verdaderas, con autonomía. Para ello se necesitan: coherencia, que nos obliga a disminuir la distancia entre el discurso y la práctica; la alegría en el acto de educar y la tarea de motivar a nuestros alumnos para despertarles las ganas de aprender, crecer y avanzar como personas; y algo muy importante en todo esto, es desarrollar la sensibilidad para poder interpretar en ellos sus silencios, miradas, gestos, sonrisas, movimientos corporales, y demás actitudes en general. Y para que ellos desarrollen un aprendizaje significativo (citando a Ausubel, por ejemplo), el docente debe enseñarles a estudiar, a aprender a aprender; lo que requerirá edificar una posición frente a la realidad, más importante que la que se tome frente a los contenidos, para así efectuar lecturas críticas del mundo y entrar en “discusión” con los autores de los textos, que traducen parte de la realidad.
Con respecto a la instancia evaluativa, se debe tener bien en claro que evaluar no es sinónimo de acreditar. Lo primero se refiere a comprobar si se produjeron en el educando los aprendizajes esperados, especialmente los que promueven la autonomía del ser humano, y así mejorar nuestra práctica pedagógica. Lo segundo es simplemente medir con una nota al alumno, y habilitarlo o no para que pase a otro nivel educativo. Y aquí se produce una gran disyuntiva en cuanto a nuestra forma de enseñar, si lo hacemos para aprender, o simplemente para evaluar.
Arribando ya al final de mi análisis, diré que lo fundamental en el rol de un Docente es disfrutar realmente de lo que está haciendo, sentirse pleno; y sentirse pleno es la consecuencia de que nuestros alumnos se sientan cómodos, contentos de estar en nuestra clase; aprendan de verdad, y significativamente lo que le enseñamos; que sientan que les es de gran utilidad estar en nuestra clase. Muchas veces esto es una aventura, como estar en la piel de un trapecista, siempre a punto de caer; pero este riesgo debemos correrlo. Muchas veces encontramos fuertes obstáculos, no en los educandos, sino en nuestros Equipos de Conducción, y a veces en nuestros propios colegas. Pero debemos sobreponernos a todo eso, luchar contra viento y marea, y fijar como único objetivo el bienestar de nuestros alumnos, quienes en el día de mañana nos agradecerán el haber corrido ese riesgo en pos de su buena Educación.
Me viene a la mente en este momento una de las Reglas de Oro que debía todo empleado de la cadena de supermercados Coto, tener en cuenta; y que dice: “atender al cliente, como nos gustaría ser atendidos a nosotros”. Esta frase la traslado a mi quehacer cotidiano, así: “enseñar y tratar a mis alumnos, como yo desearía ser enseñado y tratado, en su lugar”.
Se puede tornar muy difícil esta cuestión, esta aventura; pero vale la pena intentarlo….
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