Los seres humanos somos, por naturaleza, tozudos, testarudos, porfiados. Persistimos en nuestras acciones a pesar de todo lo que otros puedan decir al respecto y/o de las señales que nos llegan. Nos gusta insistir, perdurar en lo que estamos haciendo. Pero, ¿hasta cuándo? ¿Hasta dónde? Seguimos, continuamos, recibiendo los mismos resultados…hasta que llega un instante en que nos vemos casi obligados a manifestar que “me equivoqué, cambiaré la meta…” – “la acercaré, la haré menos opresiva, menos difícil, y así funcionará mi plan”. Y reiniciamos todo bajo la modalidad más fácil.
Muchos de nosotros, en el inicio de este nuevo año, estamos pensando con mucha seguridad, en cómo vamos a enfrentar el desafío que nos hemos impuesto para este período, el que ha sido producto de “el próximo año voy a ser más eficiente”. La mayoría de los seudo-planes así formulados, tienen un destino ya marcado: fracaso.
El análisis frío y calculado de “qué fue lo que hice y lo que no hice” para tener los resultados finales, es el punto de partida para la elaboración y fijación de una meta, de un objetivo que sea claro y definido. Como todos sabemos, pero no lo aplicamos, las metas, los objetivos, deben de ser claros y definidos, pero también medibles, cuantificables, y lo más importante a mi juicio, retadores, es decir que supongan un fuerte desafío. Esa meta a cumplir, es la que requiere de un plan metodológicamente bien organizado.
Pero, ¿todo lo anterior es suficiente? – Por supuesto que no. Todo el plan lo podemos asentar en un papel, en el computador, en una pizarra, y ahí estará…esperando su inicio y desarrollo. El factor clave está en la ACTITUD que tomemos respecto de lo que nos hemos impuesto como meta. La ACTITUD es el modo, la forma, en que enfrentamos una situación concreta. Hay un proverbio que dice: “Para el que anda triste, todos los días son malos; para el que anda feliz, todos los días son alegres”.
Me he encontrado con mucha frecuencia, con personas que manifiestan directamente que van a cambiar, van a modificar su forma de trabajar, que ahora sí, este será mi año manifiestan, pero a corto y mediano plazo, se aprecia que no han ejecutado cambio alguno y, por el contrario, a las primeras señales de resultados negativos, su ACTITUD hacia los cambios, hacia lo nuevo, hacia el desafío, comienza a ser NEGATIVA. Pensamientos tales como, “no podré hacerlo, me será difícil, eso no funcionará”, etc., van desbaratando, demoliendo las bases sobre las cuales estaba asentada esa meta. Y entonces recurren a lo más fácil: cambiar la META.
Y el cambiar la META, ¿será la solución? – Si el desafío fue construido, elaborado sobre bases reales, alcanzables y medibles, el problema no está en ella, sino en “¿qué es lo que haremos o estamos haciendo para alcanzarla? – ¿Cuál es nuestra ACTITUD respecto de esta META? – ¿Cómo nos estamos preparando para alcanzarla?”.
Es que culpar a otros o buscar razones externas, es más fácil que mirarnos en un espejo o pensar que tenemos un mal plan. Cuando se tiene una ACTITUD positiva, es más fácil encontrar soluciones que con ACTITUD negativa, en que todo lo que encontremos solo serán excusas para justificar el mal resultado.
Cuando tenemos una ACTITUD positiva frente a nuestro trabajo, a nuestra propia vida, ¡las soluciones a los problemas que enfrentemos serán más inteligentes, más eficientes! – Por ello los invito a que este año, lo iniciemos con una ACTITUD POSITIVA y que perseveremos en nuestras METAS.
Un abrazo,
Freddy Hayvard
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